Película: 12 años de esclavitud
Steve McQueen es experto en
describir recorridos emocionales extremos. Sus personajes caminan por el agudo
filo de la navaja sometidos a situaciones de estrés insoportable, en el
mismísimo umbral de la desesperación. El fruto de ese viaje al infierno es
recobrar la dignidad perdida, la humanidad, el cariño y el respeto del entorno.
Los sufridos protagonistas de Hunger, Shame y 12 años de
esclavitud tienen dos cosas en común: sobreviven en un entorno hostil,
físico o mental: la huelga de hambre en una prisión irlandesa, la adicción al
sexo y la humillante experiencia de la esclavitud. Los tres se enfrentan a una
experiencia deshumanizadora y alienante. Por otro lado los tres tratan, a su
modo, de romper cadenas, de eludir un cautiverio que amenaza con destruirlos.
No sorprende, en absoluto, la
necesidad del director británico de explorar la experiencia de la esclavitud
hasta sus últimas consecuencias. 12 años de esclavitud no es, de
hecho, una película histórica, ni un didáctico paseo por las cloacas del pasado
estadounidense al modo de, para entendernos, la mediocre El mayordomo.
McQueen narra el horror desde dentro, infiltrándose en la aterradora rutina de
un hombre libre privado de aquello que lo define como ser humano: su libertad,
su dignidad y su familia. No hay paños calientes en este sobrecogedor
acercamiento a ese deplorable círculo vicioso sureño que basaba su próspero
modelo económico en la explotación humana.
12 años de esclavitud es un
escalofriante acercamiento a ese extremo en el que la economía se convierte en
un monstruo incontrolable basado en una doctrina del mal que crea, además,
coartadas morales, políticas y filosóficas para justificar lo injustificable. Y
de ese modelo atroz fue víctima Solomon Northup, un músico norteño de posición
desahogada atrapado en esa rueda demencial de progreso a cualquier precio. Una
terrible odisea, la de un hombre abducido por el horror que sigue adelante en
la esperanza de volver a ser persona y de volver a abrazar a su gente. No hay
adornos ni amortiguadores. McQueen huye de ese tradicional complejo
estadounidense que invita a eludir las aristas más infames de esta incomparable
tragedia histórica.
De algún modo el director de Shame se
recrea leyéndole la cartilla al cine USA por haber mostrado este infierno
suavizado, y salvo contadísimas excepciones, desde su cara más frívola y
amable. 12 años de esclavitud no es solo una película extraordinaria,
es, además, de esas cintas que deberían ser de visión obligada en los colegios,
para que nadie olvide, para que el tiempo no diluya la barbarie que constituye
uno de los pilares de la nación estadounidense (y de otras muchas, empezando
por la española).
En torno a un crescendo inhóspito
pero absorbente desde el primer al último plano, McQueen dosifica con
magisterio la escalada del horror, metiéndonos en la piel de Northup, para que
palpemos el infierno desde dentro, no como espectadores pasivos, sino como
víctimas. La onda expansiva de esta maravillosa película dura días. Sus
brutales imágenes se te graban a fuego en la retina. Nunca antes nadie se
atrevió a llegar tan lejos, mostrando la esclavitud como en primo-hermano del
holocausto nazi de los campos de concentración.
Sin una sola concesión a la
lágrima tonta (y ya tiene mérito considerando lo delicadísimo del dramón),
McQueen muestra la explotación del hombre por el hombre en toda su inhumana
crudeza. La suya no es una película agradable de ver, bien al contrario, es una
película que te obliga a mirar en un espejo en el que no quieres verte. Apoyado
en un elenco grandioso, en el que sobresalen las antagónicas caracterizaciones
de Michael Fassbender, el pérfido explotador, y Chiwetel Eijofor, que no puede
no ganar el Oscar a mejor actor si los premios tuviesen algo que ver con la
justicia, McQueen filma la que es no ya la mejor película jamás hecha sobre la
esclavitud, sino la película, con mayúsculas sobre la esclavitud, en la que el
motor no es, que también, la mirada horizontal y sin paracetamol al horror,
sino la heroica y épica pelea de un ser humano con sus explotadores por
conservar su dignidad intacta.
Una película inolvidable que es,
a la larga, más una película sobre la libertad y sobre la familia que sobre la
privación de la primera y la ausencia de la segunda. Estamos ante una de las
mejores películas americanas de lo que va de siglo XXI, el La lista de
Schindler de la esclavitud pero sin abalorios sentimentales ni concesiones
lacrimógenas. Duele verla, pero nace con vocación de clásico instantáneo
No hay comentarios:
Publicar un comentario